lunes, 10 de marzo de 2008

Simeone: "Ellos también me tienen afecto"



Así se refirió el entrenador de River a los hinchas de Estudiantes, que pasaron del amor de antes al odio de ahora. El Cholo, en su conversada vuelta a La Plata, recibió el beso del estandarte rival: la Bruja Verón.

Ese amor que ahora es odio esconde, inevitablemente, sucesos que a la distancia golpean en el alma. Diego Simeone sale con su impecable traje negro, sabe que dentro del campo de juego lo espera el repudio -¿entendible?- de quienes dicen no perdonar su traición. Entonces asoman las pancartas, las banderas que poco tienen que ver con la bronca -o más bien con los argumentos de esa bronca-, los gestos que tampoco responden a las razones de esa bronca, las canciones que distan de esa bronca. ¿Cuál es la bronca? El hombre que a fines de 2006 era inmortalizado en el estadio José Amalfitani ahora gambetea cámaras, fotógrafos, se confunde y por un momento encara hacia el banco local. Sigue, se aleja de un tal Shemp -cuentan que se lo mandaron para que lo tocara desde su condición de mufa-, se sienta. "Lo tomo con tranquilidad, con respeto. Saben del afecto que les tengo y de los momentos que pasamos. Sé bien que al margen de lo que se pudo ver hoy, ellos también me tiene afecto", dice.

Lo que en la previa era un recibimiento inigualable, en la práctica es un clima en contra. No más. Tal vez, en el fondo se acepta aquello de que los episodios de gloria son imborrables... Sí, se escucha una gran silbatina apenas por los altoparlantes lo mencionan como el entrenador de River. Un cartel con el signo pesos se eleva y es, quizás, uno de los pocos que se ajusta a ese reclamo de diciembre 2007 -según la teoría de los hinchas-. Un cordón de diez policías se interponen entre la platea baja y el banco de los suplentes. La idea, claro, es prevención. A los 14 minutos, el árbitro Sergio Pezzotta se le acerca para llamarle la atención por sus repetidos reclamos. Eso alienta a un nuevo insulto contra el Cholo, quien en ningún momento observa a los hinchas. Su mirada queda suspendida en el juego, en el partido de su equipo. En definitiva, en su función.

Sebastián Abreu le pega al arco, la pelota sale mordida, es un remate ordinario. Sin embargo, Simeone opta por el aplauso a su atacante. No bien finaliza el primer tiempo, debe recorrer otra vez el ancho de la cancha para ir al vestuario. En el camino, es probable que se cruce con algunos de sus ex dirigidos, ésos que a esta altura de la tarde todavía no se acercan para el saludo. Pasa Ezequiel Maggiolo y lo abraza. Se acerca Mariano Andújar y se repite la escena. Llega la segunda parte y el que se arrima, le da un beso y camina, sin decir más, es Juan Sebastián Verón: "Me acerqué y lo saludé; tampoco fue una declaración de amor". Es la Bruja el futbolista al que todos esperan para el encuentro. Porque, al margen de broncas y de decisiones, el pasado los une no sólo en la ciudad de las diagonales.

A River le cuesta, el Cholo advierte la presencia que no espera. O, al menos, entiende que no debe estar cerca. Entonces, gente de seguridad del plantel lo corre a ese tal Shemp que, hasta el comienzo de la parte final, está a dos metros. Sin embargo, este hincha de Estudiantes que nada tiene que ver con el de Los Tres Chiflados se queda relativamente cerca, pero desde el otro sector. Su imagen suple, de alguna manera, a esos ramos de flores que se le arrojaban a Reinaldo Merlo cuando Mostaza también había dejado el cargo para ir a dirigir a River. Entonces, ante cada regreso a La Plata...

"Lo que me pone contento también es que dos o tres jugadores me regalaron sus camisetas", cuenta Simeone antes de subir al micro.

El ambiente se relaja de a poco, la euforia preparada en su contra no tiene ese tono de la previa. Quizás, se empiece a entender que quien se va es ese mismo que los hizo delirar con banderas que todavía recuerdan la película del 7-0. El Cholo camina, tiene la camiseta de Pablo Piatti, da un nuevo paso, entre el amor y ese odio

Cholo Simeone

Cholo Simeone

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